viernes, 25 de abril de 2014

Hij@s





Desde nubes lejanas
llovieron en mi patio dos gotas.

Diáfanas, transparentes,
como cristal recién soplado.

Una inundada de mares
en silencio.
La otra en medio de una tormenta
amenanzando a la tierra.

Al instante palomares en el pecho
abren sus puertas y descorchan la ternura.

La avaricia se esconde ahora
al mirarlas del hombre
que sembraba soledad en la memoria.

Sin permiso lo mojan todo,
las ansias, los versos, el futuro,
las ganas de beberlas
o de guardarlas en copas de plata.

Cada paso un peldaño,
cada latido aquí otro acompaña.

Roban el aliento en la garganta
cuando bullen sin tino.
Su temperatura pende de un hilo los miedos.
La cordura se atrinchera.

Un día, esos mismos riachuelos obedientes
que acariciaban dóciles las manos
ramonean ahora al descuido
arbustos de inconsciencia en sus riveras
para dar al sosiego vueltas de campana.

La vida a cucharadas ensueña
ilusiones de abogada o ingeniero,
pero despierta al final
en el río que imaginan sus montañas.

Se expanden, deciden, se van.
Evaporan su presencia
en las fotos cotidianas,
se transforman en vapor a merced del viento
y sus manías.

Pero conservan el espíritu del arquero,
el tacto de esa mano que tensó
el arco y la flecha,
que ilusionado apuntó alto y soltó cuerda,
soñando con acertarle de lleno al firmamento.